jueves, 27 de enero de 2011

Charada y la escena del velatorio

Hay películas que te solucionan cualquier noche, Charada (1963) es una de ellas. Dirigida por Stanley Donen (Cantando bajo la lluvia) pero con apariencia de Hitchcok es una películas de espías (agentes, corregiría Walter Matthau) con un equipo de Galácticos. Además del mencionado, aparecen Cary Grant, Audrey Hepburn, James Coburn y Henry Mancini componiendo una inolvidable melodía y Maurice Binder en los títulos de crédito.

Si no la has visto, no tengas problemas en descargarla. Por una irregularidad, no existen derechos de autor sobre esta película, eso facilitó que se hiciese un remake a cargo de Jonathan Demme llamada "The Truth about Charlie". Pero sin duda tienes que verla, y no te contaré más que una escena.

Hepburn va a encontrarse con su misterioso marido Charlie para pedirle el divorcio, pero cuando llega alguien lo ha asesinado. Entonces descubre que su marido llevaba una doble, triple o cuádruple vida a juzgar por la cantidad de pasaportes que tiene. En fin. Inserto la escena y la relato abajo por si en la calidad del vídeo o de la VO se pierde algo.

Llega el funeral, Audrey está sola con un familiar velando el cadáver. Sólo el oficial de policía, que sabe que Charlie no es trigo limpio, ha ido al velatorio. Parece cabizbajo, como presentando sus respetos, pero en realidad se está cortando las uñas. Acto seguido por la puerta aparece a contraluz (así aparece también Cary Grant en una escena anterior) un hombrecillo, se acerca al cadáver y al ponerse junto a él empieza a estornudar. La acompañante de Audrey susurra al oído:
-Parecía conocer bien a tu marido
-Por qué
-Le da alergia.

A continuación otro hombre (y debería ir con mayúsculas porque es James Coburn) entra de un portazo, su figura se recorta contra la luz, espigado y peligroso. Avanza con arrogancia y se coloca frente al ataúd abierto, saca un espejito y lo coloca frente a la nariz de Charlie, comprobando que no se empaña con la respiración. Se marcha. Inmediatamente después, otra figura irrumpe con más violencia aún en la sala, esta vez es un hombre más fornido, con gabardina. Lleva un alfiler en la solapa, se detiene frente al cuerpo de Charlie, y lo pincha con una aguja como esperando descubrir un engaño, pero no, Charlie parece muerto. Audrey está alucinada y entonces un hombre le toca el hombro y le da una nota. Le esperan en la embajada americana para hablar sobre su marido. Allí le espera ni más ni menos que Walter Matthau.

En esta breve escena, llena de humor e información, de un plumazo se consigue, introducir a los personajes secundarios y describirlos, picar al espectador sobre quién es Charlie y su escasa fiabilidad para morir y avanzar al trama, dándole un nuevo destino a Hepburn.

Luego la trama sigue y vuelve y sigue y se enreda y se desenreda, pero ¡No! eso es lo que tú te creías, así hasta el límite de los 113´de esta película que debe gustar a todo el mundo. Se puede recomendar sin miedo alguno, va a gustar. Su combinación de sentido del humor, ingenio, misterio, sorpresa y elegancia son sencillamente razones suficientes por las que te enamorarías de cualquier persona, así que ¿quién se va a resistir a Cary Grant y Audry Hepburn?

viernes, 14 de enero de 2011

Reseñas de novelas



La letra con sangre, sexo y drogas entra.

El poder del perro de Don Winslow

Norman Mailer decía que había dos formas de contar las cosas. O “entra un hombre fuerte en el bar” o “el hombre entra en un bar y rompe una silla”. Winslow se haría rico si reparase sillas pero como lo que vende es una novela rebosante de acción, subtramas bien engarzadas y temas universales, también se hará rico.

Todos los arquetipos son bienvenidos, ¿por qué? Porque no hay tiempo que perder. La prostituta de buen corazón, el héroe consumido, el villano con honor, el ácrata hombre de fe, el asesino sin alma, el pistolero solitario y el león caduco tienen cabida en esta novela que cuenta a lo largo de varias décadas la pelea contra el narcotráfico de Art Keller. Un policía mestizo de la DEA cuya humanidad le va abandonando a medida que olvida por qué intenta dejar un mundo mejor.

Apenas hay descripciones de los personajes, a menudo no sabes si ese día hace calor o si en la habitación hay sillas suficientes para todos. No importa, quieres seguir leyendo porque sabes que en cualquier momento alguien entrará a romperlas.

No es sólo una frecuencia cardiaca de acontecimientos lo que engancha de esta novela. Es que cada suceso está motivado por los tres elementos más febriles de la historia del hombre: la muerte, el sexo y el poder. Entonces claro, quieres más. Y la letra se te empieza a meter en tu agenda. Y empiezas a hacer planes dependiendo de las horas de lectura disponibles que te dejan y gracias a esa adicción empiezas a entender por qué es la novela que mejor te entrega a la fascinación de las drogas y su negocio.

Todo sucede con tanta celeridad y abundancia que cuesta leerla con ojos críticos. Además Winslow cuenta con otra virtud: no se queda a medias tintas. Es sucio cuando hay sexo, implacable cuando salpica la sangre y osado cuando habla del poder.

Otro de los aciertos de El poder del perro es su comienzo. Un capítulo flashforward, el único en la novela, que contiene el momento más truculento de la historia. Ese comienzo sirve de anestesia, más adecuado sería decir morfina, para que el resto entre mejor a los ojos del lector e introduce un cebo bien administrado que destapa la sed de saber quiénes y por qué son las víctimas de la masacre inicial.

A pesar de las altas dosis de violencia, El poder del perro no genera rechazo. Más bien la sangre es un lubricante vampírico, donde sabes que cualquier personaje camina por el alambre y que tu relación con él puede acabar en cualquier momento.

Por ahí gotean también algunos de los vicios de este relato. Hay una clara instrumentalización de los personajes, especialmente en el caso de los secundarios. Algunos parecen creados para cumplir únicamente una misión al servicio de los protagonistas, ya sea vengar su muerte, despertar complicidad o cumplir una cuota estético-racial.

Sucede algo parecido con los personajes principales, conocerlos a través de esta novela es como observar el paisaje a bordo de un tren de alta velocidad. Nos podemos hacer una idea general, apoyada por el efecto del arquetipo en nuestro imaginario, pero el detalle está borroso. Eso se nota sobre todo al finalizar la novela. Es entonces cuando una extraña sensación de vacío nos cae encima al acabar la última línea. Al ser una obra que prioriza la acción a los personajes, al acabarla podemos llegar a sentir que hemos estado ante unos desconocidos. Nos sentimos solos, con ganas de más. Es como una fiesta con extraños en tu casa, puedes pasarlo muy bien, pero al día siguiente nadie te ayudará a recoger los platos rotos.

Pero sin lugar a dudas, eso no convierte a esta novela en menos que imprescindible ya que el personaje perfilado con mayor mimo es uno que está presente en la vida de todos los personajes: la traición. Esta herramienta oficiosa para trazar el organigrama corporativo de lo ilegal, hace avanzar el relato e incendia los conflictos personales en un negocio cuya realidad ya casi se ha vuelto mítica. Si viendo la estupenda serie “The Wire” de HBO (que también adaptará El poder del perro a la pequeña pantalla) uno podía llegar a comprender cómo se mueve el tráfico de drogas a pequeña escala, la novela de Winslow supone una rabiosa cátedra sobre un mundo de altas esferas y bajos fondos en la élite del narcotráfico. En ellos la traición y la corrupción, el amor y el honor se funden con los negocios en una aleación indisoluble.

La aleación que inyecta El poder del perro se sintetiza con varios ingredientes. Uno de los principales es el aroma a realidad. El origen del actual sistema de carteles que domina el narcotráfico, la conexión Colombia-México-EEUU, la Contra, la reconstrucción del Distrito Federal tras el gran terremoto, la devaluación del peso y los opacos sucesos en torno a la muerte del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio son el contexto al que se conectan las tramas del mundo de Wislow.

Se puede caer en la tentación de acusarle de una perspectiva “gringa”, o de una reconstrucción “conspiranóica” de la realidad, sin embargo sus tesis son verosímiles, algo aún más importante que lo veraz a la hora de construir una ficción. Aún así, su propio autor confiesa que como decía García Márquez, en su obra hay más de memoria que de imaginación.

De él y de otros maestros latinoamericanos, Winslow también aprovecha ese toque entre mágico y comercial para contar algo que dura décadas como si durase horas. Además, no se puede obviar su abastecimiento de los clásicos del género negro, el suspenso y el mafioso (Chandler, Hammet, Forsyth, Ellroy, MacCarthy o Puzo). Por sus líneas, supuran los diálogos. Cortos y esquivos. Emerge la basura del mundo occidental y las tramas son como serpientes, ágiles y complejas. No hay blancos y negros, casi todo está cubierto de una capa de polución moral que hace dudar de la existencia de colores y de si importan. Pero si se quiere buscar una fuente en la forma de contar las cosas de Winslow hay que buscarla en los inicios del cine, ya que el montaje paralelo (ya saben, mostrar la joven atada a la vía y a continuación el tren saliendo de la estación y a continuación el sheriff saliendo al rescate a caballo) es el mayor cómplice en esta novela criminal.

Tal vez la influencia que menos se note sea la del propio Winslow. Creo que el escritor hace un valiosísimo ejercicio de anti-narcisismo para sacrificar “sus temas” (esos que si no existen en la obra de un autor, los críticos se encargan de inventar) a favor de aquello que encaja, que funciona, que hace avanzar los acontecimientos.

Por eso posiblemente, El poder del perro sea la mejor novela sin alma jamás escrita. Pero cuando se habla de un mundo en el que todos han vendido su alma al diablo, tal vez lo más honesto sea entregarse a una novela que al acabarla te deje abandonado, después de devorar páginas hasta las 3 de la madrugada y sintiendo que comprendes algo mejor el mundo del narcotráfico, ya que al menos ahora sabes lo que es tener adicción a algo.

Reseñas de novelas


La apasionante novela que no lo fue.

El sueño del celta de Mario Vargas Llosa

Roger Casement es no ya el protagonista, sino la razón de ser de la nueva novela de Vargas Llosa. Irlandés, personaje real, aventurero, admirador del imperio británico primero, anticolonialista después, estandarte de los derechos humanos, nadador, poeta sin lectores, autor de un diario de moral sexual distraída, Sir por el Imperio británico, nacionalista irlandés, pacifista en guerra, y creyente con más ganas que fe. Por último, como todos, condenado a muerte.

El sueño del celta (título de un poema real de Casement) está contado en dos planos narrativos alternos. Los capítulos impares narran los meses que Casement pasa en la cárcel esperando la revocación o confirmación de su sentencia de muerte por traición al imperio británico. Los pares nos cuentan la vida previa de Casement y está dividido en tres partes. Congo relata la infancia de un niño sensible y enmadrado que crece y marcha a África embelesado por las promesas británicas de aventuras y filantropía para los salvajes de ébano. Pronto descubre las barbaries del colonialismo y se convierte en un defensor de los nativos. Amazonia, situada en Perú en su mayoría, es la parte más viva de las tres. Con menos detalle pero más sensaciones, ahonda en el personaje pero con un Casement ya convertido en una figura aplaudida que sigue su lucha en las colonias americanas. Por último Irlanda recoge las aspiraciones independentistas que Casement ha ido formando durante sus viajes por el mundo y sus conspiraciones durante la I Guerra Mundial por la soberanía de Irlanda. ¿Acaso no es Irlanda también una colonia y merece ser liberada?

A pesar de que el punto de partida es muy prometedor, una anécdota ocurrida una siglo antes de los hechos narrados por El sueño del celta nos ilustra perfectamente por qué no estamos ante la mejor novela de Vargas Llosa. Se dice que Napoleón Bonaparte, recibió una carta muy larga de uno de sus generales detallando los planes de avance. Tras las largas, minuciosas y exhaustivas líneas, una posdata remataba la carta: “disculpad una carta tan larga sire, pero no tuve tiempo para hacerla corta”.


Puede que Vargas Llosa sea ese general, perfectamente documentado, preparado y voluntarioso al que quién sabe si las prisas por sacar su novela al calor de los rumores del premio Nobel le impidió presentarse ante su público soberano con la medida adecuada de la misiva que tenía entre manos. No es que la novela sea larga, pero por culpa de unos sucesos contados con mimo pero sin emoción, en ocasiones se enturbia la fluidez del relato. Como si fuese un monstruo de Frankenstein al que nunca le llega la vida. Y lo que resulta más confuso: los pensamientos, las acciones y las vivencias que leemos se repiten una y otra vez en fondo y forma dando la impresión de que la novela se alarga.

Estas repeticiones son una forma de expresar lo obsesivo del pensamiento de Sir Roger Casement. Obsesiones como el sexo, Irlanda y la lucha contra la injusticia, siendo esta última de la que se derivan las demás. En esto, Casement resulta ser un Fray Bartolomé de las Casas moderno. Su angustia ante los hechos que descubre como autor de unos reveladores informes sobre los abusos coloniales a ambos lados del Atlántico marcan su existencia y su salud con múltiples y escabrosas aberraciones. Sin embargo no hay morbo, ni recreación en la crueldad en esta fase. Vargas Llosa pasa por estos hechos con suma elegancia, con la flema británica que impregna a muchos personajes, pero también con un distanciamiento por los abusivos sucesos.

El polo opuesto lo encontramos en un autor con el que Casement casualmente se cruza en sus peripecias africanas: Joseph Conrad. Todo lo que en El corazón de las tinieblas, era atmósfera y misterio en El sueño del celta es un listado de testimonios que Casement nunca llega a vivir sino como entrevistador, con esta acción estática cuesta empatizar con las víctimas. Esta circunstancia se subraya con los personajes que acompañan a Casement. Al ser una novela tan centrada en el protagonista, sus secundarios están creados para hablarnos de él, y en el proceso perdemos la identidad de la voz del secundario y con ello, inevitablemente, parte de lo que deberíamos saber de Roger Casement. En ocasiones dan la sensación de que se “apagan” cuando Casement no les contempla. Acaso las relaciones más hermosas, la de Casement con su carcelero el Sr Stacey y con su amigo no nacionalista (Herbet Ward) aparecen menos de lo que deseamos, como si el autor al narrar hechos tan deshumanizados, tuviese pudor por recrearse en la contradicciones de las relaciones humanas.

Precisamente esas contradicciones son, por otro lado, el tema central de El sueño del celta. Casement, es un ser sufriente, sus desvelos, viajes y luchas le provocan numerosas enfermedades y malestar. Es un hombre que duda, que cae en el descrédito tras haber sido encumbrado, que teme materializar sus deseos, y por supuesto también comete errores. Sin embargo, Vargas Llosa admira tanto a su personaje que, incluso en sus facetas más oscuras, arroja una generosa luz sobre Casement, de modo que el claroscuro tiene muchas más luces que sombras.

Más a la sombra queda el tema mejor contado de la novela. Casement es un ser que desesperadamente y sin éxito, quiere amar. Ama a su madre pero esta muere joven, desea el amor carnal pero este le resulta esquivo y culpable, ama la causa colonial pero está le engaña, y por fin cuando encuentra alguien que siempre se deja amar (su patria) esta le responde con un alarde de ironía: a pesar de que Casement habla multitud de lenguas y dialectos, es incapaz de aprender Gaélico.

Hay maestría estilística en muchas líneas y buenas intenciones en el mensaje, además de un hercúleo trabajo de documentación. Posiblemente los capítulos más interesantes son aquellos que Casement pasa en prisión, bien por la ya mencionada relación con su carcelero, bien por esa supuesta vida que pasa ante tus ojos cuando crees que la muerte llega. Esas vida llega en forma de las visitas que recibe Casement, símbolos de su infancia, sus pasiones y sus problemas. Por supuesto estos capítulos también se aprovechan de la tensión del desenlace que supondría conocer el resultado de la sentencia de Casement. Pero el hecho de que sea un personaje real y de nuevo, el pudor del autor por crear emociones, ahogan el climax.

Estamos pues ante una novela que servirá a muchos para descubrir a uno de los mejores escritores y pensadores en español. Sin embargo, conocerán una versión desdibujada de Vargas Llosa que parece perderse en la documentación más que entregarse a disfrutar de lo que escribe y sus personajes. El sueño del celta, sin duda alguna, nos hará más instruidos pero es incapaz de llegar al lector con los argumentos del espíritu: la emoción.

Reseñas de novelas


La Historia contada con H minúscula.

Momentos estelares de la Humanidad de Stefan Zweig

Stefan Zweig hace en este, Momentos estelares de la humanidad un relato de la Historia, una apología del hombre frente al mito y un disfrute de lo que serían materias de estudio.

Zweig se mete en jardines olvidados por la memoria o acaso dormidos a la sombra de los grandes hechos que causan. Este libro sobre los sucesos “tras las bambalinas” de algunos de los acontecimientos más importantes de la historia, está narrado con la destreza cercana de uno de esos amigos a los que te gusta escuchar sus anécdotas. Presientes que exagera, pero no te importa. Lo que Zweig escribe va más allá de las diapositivas de viajes exóticos en los que se quedan muchos de los pulcros relatos que inundan las novedades de las librerías en el subgénero de la miniatura histórica.

La intrahistoria de la que habló Unamuno, esas pequeñas hebras del tejido de la humanidad, se hacen aquí Historia al pasarla por los ojos de Zweig. Cuya aportación es hacernos ver, con un estilo novelado y, por capítulos, rimado y teatralizado, que los hechos que marcan el rumbo de la humanidad durante décadas o siglos, no surgen por generación espontánea sino que tienen cientos de detalles con “efecto mariposa” que desencadenan lo que en ocasiones atribuimos al Destino con mayúsculas.

La elección de Zweig es casi una labor de seleccionador deportivo, ya que tiene a su disposición todo el plantel de estrellas que ha dado la historia y la obligación de sacar el mayor interés literario de cada momento. Así, el autor vienés se enfrenta a este ajuste de cuentas, o más bien partido amistoso con la historia con una alineación de lujo. En los cimientos de la Historia: Cicerón, la brecha que ocasionó la conquista de Bizancio, el descubrimiento del Pacífico y la creación de El Mesías de Händel y de La Marsellesa. Creando el juego: Waterloo, Goethe, El Dorado, la salvación in extremis de Dostoievski y el telégrafo que cruzó el Atlántico. Y rematando en el siglo XX: Tolstoi y su fuga al cielo, la lucha por alcanzar el Polo Sur, Lenin y su tren sellado y por último, el fracaso de Wilson por la utopía de la paz en la I Guerra Mundial. Equipazo.

No todo son virtudes en esta oda a la fugacidad que precede a la inmortalidad. Zweig parece desfallecer en algunos momentos de los 2000 años que abarca su obra (sintetizada eso sí, en un volumen esbelto en figura)y frente a los éxtasis de algunas narraciones como la de Núñez de Balboa y su descubrimiento del Pacífico en la que el escritor claramente se viene arriba, hay otros donde el tiempo de lectura deja de ser elástico y se vuelve pegadizo. Eso sucede con El Mesías de Händel y La creación de La Marsellesa. Dos composiciones musicales históricas e irrepetibles que sin embargo se rebelan contra la alegre majestuosidad del conjunto y coquetean con la excesiva solemnidad y el tedio. La particularidad de estos relatos en los que el acontecimiento (la creación) se desencadena desde dentro del individuo hacia el exterior impide una narración tan visual y atractiva para el lector como en otros acontecimientos en los que lo más grande sucede en el exterior. Por lo tanto es visible, imaginable. Y luego lo filtra a través del carácter de su protagonista. En estos casos nos llega una mezcla burbujeante entre lo introspectivo y lo grandioso.

Otro aspecto que exige algo de benevolencia en Momentos estelares de la humanidad es aquel que es a la vez su mayor virtud: su estilo.

Apasionado y cercano. Épico y sencillo, Zweig nos habla como si hubiese estado presente detrás de cada cortina, cada recodo, cada compartimento tras el que se deshacía un nudo gordiano de la historia. Y además con taquígrafa incluida, ya que se permite citar diálogos y frases pronunciadas en la intimidad. Causa un divertido sonrojo su valor al narrar detalles de gestos (alzó la frente, miró al infinito…) como si los escribanos (cuando los hubiere) hubiesen pensado en las necesidades de las acotaciones para un posible guión de Hollywood. Sin embargo son estas licencias las que convierten la obra en material literario y suponen la diferencia con tantos otros libros que nos invitan a entrar en las carreteras secundarias de la historia: la prosa de Zweig.


Este austríaco nacido en 1881, autor de ficciones como Novela de ajedrez o biografías como Fouché, el genio tenebroso, mostraría de nuevo el valor de la intrahistoria en su autobiografía, publicada póstumamente, El mundo de ayer. Sin duda, una obra y una vida que bien podría haber sido un capítulo expandido de Momentos estelares de la humanidad si no estuviese tan ceñida a los corsés de la modestia.

Su voz es personal, ceremoniosa pero ágil, y fluye como un barquito por un riachuelo de agua transparente. Se preocupa de darle pompa y circunstancias a los momentos clave pero retrata con orgullo la fragilidad de los planes de los hombres. Sus elipsis, imprescindibles por lo imperceptibles, hacen avanzar los relato hacía las vísceras de los logros y fracasos de la humanidad, pero si bien hay un tema que predomine esta obra, es su inquebrantable fe en la bondad y la constancia del hombre.

Zweig es un optimista, un vitalista que cree que el hombre triunfe o fracase tiene un componente de grandeza. Un hombre que creía que los buenos debían ganar, que lo civilizado debía prevalecer sobre la barbarie. Dos pruebas atestiguan este carácter. La primera en su obra, cuando Zweig en el capítulo “La primera palabra a través del océano” en el que narra como Cyrus W. Field consigue tender un cable telegráfico que pone por primera vez a un latido de distancia a Europa y América, se lamenta y dice: “Ese año de importancia universal, 1837, […] raramente consta en nuestros libros escolares que por desgracia siguen considerando más importante hablar de las guerras y de las victorias de los distintos generales y naciones, en lugar de hacerlo sobre los verdaderos triunfos de la humanidad, por ser comunes”. La otra prueba la firmó con su vida, ya que el 22 de febrero de 1942, desesperado por el futuro de Europa por la supuesta victoria definitiva del Nazismo, se quita la vida junto a su mujer.

En el último momento le falla la esperanza a este hombre incapaz de vivir en un mundo donde todo aquello que él consideraba preciso y precioso iba a faltar. Prefirió faltar antes él.

Es este, su libro más conocido y escrito a lo largo de 20 años, su mayor rebeldía contra lo gris, lo flácido y lo divino. Si el estilo es la voluntad de precisión, la amplitud sísmica de este ejemplar es su mejor marca de estilo ya que resulta tan divertido y tan accesible, tan adictivo que no se deja de leer, ya sea en la taza del urinario o en ese sillón de orejas para el que tenemos un hueco en el salón pero no en nuestra cuenta del banco.

Un libro para un joven que quiere ser grande, una historia para un anciano que quiere ser descubridor y en definitiva, un ejemplo para aquellos hombres que quieran ser hombres.

jueves, 13 de enero de 2011

Mis equipos favoritos (II): El Racing que acarició la UEFA (93/94).

¿Qué tiene que hacer un equipo recién ascendido? Poner a Irureta de entrenador y que ponga 5 defensas. El vasco montó un equipo que se cerraba atrás y que cuando tenía la pelota sabía tocarla. Aprovechó muy bien los espacios para hacer grande a Radchenko con Setién y Popov de lanzadores. Estuvo muy cerca de clasificarse para la UEFA pero la escasa plantilla le pasó factura. Acabó 8º tras un final de temporada que se le hizo largo. Un gol de Alfredo del Depor nos dejó fuera de la UEFA. No pasa nada, luego llegaría Marcelino.

Ceballos. Fue un caso extraño el suyo, muy criticado en la temporada del ascenso, la grada prefería a Pinillos, al subir se volvió más seguro y acabo la temporada muy cerca del Zamora y como uno de los mejores porteros de la Liga. Cuando eso sucedió tenía más experiencia cuidando ganado que de protero en primera. Muy bien por arriba y ágil para su corpulencia.

Torrecilla. Fichó por 80 millones de pesetas y fue uno de los máximos asistentes del equipo. Hablamos del prototipo de lateral correcto que tanto nos gusta. Para muchos el mejor lateral derecho de la historia moderna del Racing. La foto es de internet, no se vaya a creer la gente que colecciono autógrafos de laterales.

Merino. El capitán era uno de los centrales más bestias que he visto. Sus espaldas parecían no acabarse nunca y saltaba como una fiera para rematar los córners. Es el defensa más goleador de la historia del Racing pero lo que quedará de él para el recuerdo era el grito de la grada cuando un jugador rival ofendía al equipo, sencillamente: “Merino mátalo”.


Zygmantovich. El tractor bielorruso (¿dónde quedan esos motes ahora?), fue tal vez el jugador más lento de la historia del Racing, pero un defensa exquisito con el balón, algo que se agradecía con Pablo y Merino a su lado. Su puesto de líbero tapaba sus carencias e impulsaba al equipo. Su fichaje, incorporó un hombre a la línea defensiva pero permitió un centro del campo totalmente creativo sin pivotes defensivos. Tenía bigote y melenilla, eso siempre desconcierta e inquieta a los delanteros.


Pablo Alfaro. Tenía el título de medicina o eso debía susurrar a los rivales que dejaba tumbados por sus entradas. El central zurdo de este Racing, venía de fracasar en el Barça y encontró redención, un record de tarjetas en el club y el postrero pasaporte a la titularidad del mejor Sevilla. Allí hizo pareja con Javi Navarro. No sé si hace falta decir que todo se pega o con lo de Maradona y Julio Alberto ya quedó todo claro.


Geli. Este lateral sí que era un desparrame. Subía como un ratón y era un poco rata para bajar. Tal vez debía haber jugado en el medio del campo pero allí había mucha competencia. Era un hombre de banda brillante e intermitente, muy buen pasador y con un dentro-fuera para sacar el centro que volvió loco al Barça en el 5-0 que el Racing le encasquetó en el Sardinero. Parecía que iba para internacional pero se apagó. Era como si los duelos menores no le motivaban y la grada se lo reprochaba diciendo cosas como “mira una cámara!!, juega bien ahora”

Luis Fernández. La gran promesa del Racing se lesionó de mucha gravedad y se perdió casi toda la temporada cortando su progresión. Era el niño mimado de la cantera (en la que se fraguaban los muslos a lo 300 de Munitis) y volvió pero ya no fue igual. Aún así le quedaron muchos años por delante en primera, sobre todo en el Betis. Si te descuidas igual sale en el comunio.


Setién. Oh Capitán, mi capitán. Este canterano llegó rebotado del Atlético de Madrid con Jesús Gil, fue internacional, titular en una final europea y tras pasar por el Logroñes y dejarlo 7º se fue a su equipo de siempre a ascender de categoría. Llegó mayor, pero se notaba que era el que más sabía jugar al fútbol de todos los que estaban. Muy bueno en el pase en largo e interior, tirando faltas y crispando a la grada con sus chorradillas.


Billabona. En un centro del campo lleno de figurines fue el pulmón del equipo pero tenía mucha calidad. Llegó del Bilbao como una promesa que no se llegó a cumplir pero hizo carrera en el Racing. Además buen llegador.



Mutiu. Un chicarrón del norte de toda la vida. Tal vez el más querido de la grada que le animaba al grito de "yuyu-yuyu". La gente no comprendía como podía estar alguien tan moreno en Santander, cuando descubrieron la verdad Mutiu ya se había ido a la Real Sociedad. Era el más rápido y el mejor cabeceador, llego a jugar tres mundiales con Nigeria y además era un gran llegador desde la banda. Todas las temporadas caían 4 ó 5 goles. Su único problema para no jugar más fue la norma de 3 extranjeros, ya que Zygmantovich, Popov y Radchenko eran fijos.


Esteban Torre. Seguro que si jugase hoy, Guardiola lo querría, el tocón del Racing era una de las joyas de la cantera. Esta temporada no explotó aún pero jugó y apuntó muchas maneras para saber que había relevo para Setién, no era tan estilista pero se convertiría en una leyenda del Racing y promedió 7 goles por temporada.

Popov. Recuerdo como en la pretemporada se pedía a los socios que se apuntasen para poder fichar a Popov y Radchenko. Con esos nombres no podían ser malos y vaya si resultaron. Popov era un jugador de banda con gol capaz de cambiarse de lado. Se asociaba de lujo con Setién y Radchenko y fue muchas veces internacional con Rusia. Cuando fichó por el Compostela, su rodilla se rompió por todos lados y el arbitro le acusó de fingir. Me dolió como si fuese mi rodilla.


Pineda. Fue el héroe del ascenso con su gol al Español en la promoción, luego con el fichaje de Radchenko y la tendencia a amarrar de Irureta perdió protagonismo. Era el típico delantero de tirársela para un lado y chutar. Un maestro de la puntera. Jugó en tantos equipos que aún hoy no sabe qué camiseta ponerse por las mañanas.


Radchenko. Oh Dimitri, que grande. El tochón delantero de 1,88 mts fue la estrella del Racing durante dos temporadas. Lento en corto, imparable en carrera y con muchos recursos en el remate (memorable un gol suyo con carrera desde el medio del campo y cuchara sobre el portero) encandiló al público con su melenilla y su cara de atontao. Después se fue al Superdepor por 450 millones y no volvió a jugar bien. Eso es un racinguista.

Chili. El Juanito Sabas del Racing. Delanteros como este hay que tener en todos los equipos, escurridizo, con caída a bandas y muy rápido era el típico delantero revoltoso que no marcaba muchos goles pero que sacabas cuando perdías 1-0. Más tarde en segunda B se hinchó a marcar. Chili, leyenda.

lunes, 3 de enero de 2011

El maravilloso mundo del fuera de contexto


Elena Salgado: 'Constatamos que los diputados fuman mucho'

sábado, 18 de diciembre de 2010

La pantera rosa se viste de negro

Blake Edwards, ese señor que se casó con Mary Poppins se ha muerto. Hizó películas como Desayuno con diamantes, (con Audry Hepburn ese sssssssuper icono del estilo que sale en demasiados bolsos y relojes para mi gusto y Aníbal del equipo A como protagonistas) que a mí siempre me crispó un poco a pesar de esa estupenda canción amansadora de fieras que abría el programa de Garci llamada Moonriver.



También "Días de vino y rosas" un alegato resacoso contra el alcoholismo con Jack Lemon. La típica película que te llevan a ver en el colegio para que comprendas que tanto calimocho no puede ser bueno.

Mensaje para González Sinde: a mí me llevaron a ver para esa misión "Cuando un hombre ama a una mujer" un tostón con los insufribles Andy García y Meg Ryan y no dió resultados. A mi barman me remito.

Pero su gloria es la comedia, él puso al inspector Clouseau en nuestra memoria de los esfínteres en peligro de descontrol con "La pantera rosa" y con el mismo actor, Peter Sellers, nos recordó al desparrame de los hermanos Marx con "El guateque".

Su recogida del Óscar honorífico es la mejor que he visto, un homenaje a su carrera en sí. En este vídeo, la recogida aparece alrededor del primer minuto y dura sólo unos pocos segundos, como los buenos gags, pero fue memorable. Recomiendo obviar el resto del vídeo.



En caso de mal humor, acudan a sus películas para comprobar como un tipo puede cambiarte la vida durante dos horas después de muerto.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Mis equipos favoritos (I)

El Real Madrid de Valdano(94/95).

Ha sido el último Madrid que vi jugar bien una temporada entera. Bueno en realidad jugaron mejor la 1º vuelta, pero no deshagamos la mística tan pronto. Mucho se recuerda al Madrid de los Galácticos y al de Del Bosque pero parece olvidarse que aquel equipo en la liga sufría de lo lindo y que colectivamente no funcionaban demasiado. Pero este equipo sí. No se había clasificado para la Champions el año pasado y Valdano llegaba con la promesa de devolver al Madrid lo que le había quitado en Tenerife. Supo aprovecharse de las circunstancias y construyó un equipo a partir de lo que el Madrid no pudo vender (Amavisca, Zamorano) y de los que cubrieron las ausencias de los que se lesionaron (Michel, Redondo), además de algunas apariciones, unas sorprendentes (Raúl) y otras no tanto (Laudrup). La primera vuelta fue un baño, con 5-0 incluido (y devuelto de la temporada anterior) al Barça en el que abundaron las goleadas. Repasemos quienes eran.


Buyo. Mi portero favorito. Quejica, teatrero y flipao como pocos. No soporto leer u oír sus opiniones en los medios, pero “el tigre de Betanzos” me parece uno de las porteros más infravalorados de la historia y con muy mala suerte (cantadas dirán los infieles) en momentos clave (PSV, Tenerife, Milán). Bajo para los balones por alto, un mortero en el pie para el saque en largo, Casillesco en el uno contra uno y como pez en el agua para los tiros lejanos. El mejor palomitero para la foto que se ha calzado pantalones cortos y mangas largas. Me lo encontré una vez por Madrid y no me atreví a contarle lo que sentía por él. Soy un cobarde.


Quique S. Flores. El sobrino de ”La Faraona” llegaba del Valencia ya acercándose a la treintena. Fue un fichaje de perfil bajo muy rentable que le ganó el puesto a Chendo por su vocación ofensiva. A la temporada siguiente bajó su nivel y hoy es un entrenador dado al desmadre pero interesante.




Hierro. Se había instalado definitivamente en la defensa después de años de centrocampista ofensivo y luego organizador. Al retrasarse, los espacios le hicieron favorecer su pase largo sin tener que preocuparse por su lentitud. En defensa esa lentitud (lo suyo era un trote cochinero de codos encogidos) la suplía con colocación, piernas largas y muchas ,muchas malas artes. Se le acusó de contar con complicidad arbitral pero sigue siendo “el defensa” en el imaginario madridista. El clásico jugador que caía mal a todo el mundo menos a los del Madrid. Y al que se pasaba de listo...



Sanchís. Mi padre decía que llevaba la camiseta por fuera porque no tenía cintura y es verdad. Tenía muchos defectos y además era bajo para el puesto, de hecho no iba a ser titular esa temporada pero se salió. Fue uno de los defensas más elegantes con habilidad para anclar el pie y evitar los rebotes. Además, sacaba el balón de lujo y es uno de los mejores regateadores que han jugado de centrales. El capitán fue clave en que el Madrid jugase bonito.


Alkorta. Era buenísimo. Iba a ser el titular, parecía el complemento ideal para Hierro por su velocidad, pero la pretemporada de Sanchís y unas lesiones le dejaron en el banquillo. Siguió siendo titular con la España de Clemente, pero en el Madrid de este año apenas se le vio. Este velocísimo central sí demostró en las temporadas siguientes su calidad, aunque siempre será recordado como una sombra asombrada que Romario deja atrás con su cola de vaca en el 5-0 del año anterior en el Camp Nou.


Lasa. Desde el lateral izquierdo marcó el gol a mayor distancia que se ha logrado en la liga, 59 metros. En el tiempo de descuento contra el Sevilla ganando 1-0 el Madrid quiso despejar y Unzué la vió pasar por arriba. No hay mucho más que decir de él. Cumplió y además pasó a la historia. Aplicado en defensa, rápido y algo tosco a pesar de jugar alguna vez en el medio del campo, tuvo en Sergi Barjuán un espejo. Era bastante majo.



Milla. Ex del Barça, preciso y eficiente. Se convirtió en el héroe por accidente ante la lesión de Redondo. Era el único pivote defensivo de un equipo que se defendió atacando y su calidad le hizo conectar con Laudrup. A pesar de tener un físico discreto robó muchos balones y distribuyó con criterio. Guardiola lo considera uno de sus maestros. Su trabajo era tan discreto y necesario que no se me ocurren chistes que hacer.




Redondo. Se le recuerda por su acción menos habitual, el regate que años después haría de tacón contra el Manchester y que culminó en asistencia a Raúl. El madridismo el adora pero olvida la caña que le dio. Era la bandera del estilo que quería imponer Valdano pero se encontró con el rechazo del público y con una lesión que le dejó fuera muchos meses. Cuando volvió, a Milla no había quien le quitas. Ese pelo de Yuppi que traía no ayudaba.


Luis Enrique. Iba a ser el lateral izquierdo pero la lesión de Michel le colocó de medio por la derecha. Entre el Sporting, el Madrid y el Barça jugó de todo menos de central, portero y organizador. Marcó goles, pero no dio asistencias y abusó del regate lo que le valió los silbidos del Bernabeu (un público bastante ingrato) en algún momento. El cabroncete se la guardó y la devolvió dando sus mejores años al Barça. Aún así aportó a un Madrid muy estilista, garra y velocidad al contrataque. Ah, y el 4º gol del 5-0 en el Bernabeú. Parecía tonto viendo la foto pero luego bien que espabiló.


Michel. Otro que iba para titular y acabo en el hospital. Se rompió y perdió la temporada que parecía le venía como anillo al dedo. Uno de los mejores tiradores de penaltis y de centros que he visto vio como el rombo que Valdano tenía previsto (Redondo-Michel-Martín Vázquez-Laudrup) mutó a Milla-L.Enrique-Amavisca-Laudrup. El resultado fue un rombo más largo, con más recorrido, menos toque pero más llegada y dinamismo.


Amavisca. El mejor socio de Zamorano, el “puñal de Laredo” tenía un lazo listo para cederlo pero se encabronó y se quedó. Menos mal. Este cántabro peludo, rockero, culto y de piernas de araña hizo característica su veloz carrera por la banda y centro con costalazo incluido para meter bien la rosca. Hasta la aparición de Raúl jugó de delantero. Dio muchas asistencias, peleó como si cobrase por goles y marcó muchos. Para el recuerdo queda su manera de celebrarlos. Rodilla al suelo, cabeza gacha y pulgar al cielo en recuerdo de un amigo suyo fallecido.


Laudrup. Qué decir, del mediapunta más preciosista que dieron los 90. Sus pases (sin mirar) y sus regates (la croqueta que practica Iniesta) tenían sello de genio. Su fichaje por 200 millones, una ganga para la época, debilitó al Barça que lo quiso sustituir por Hagi. No le quedaron muchos años a gran nivel (su siguiente año fue discreto como el de todo el equipo) y su explosivo sprint de 3 metros había desaparecido pero los madridistas agradecemos que pasase por el Bernabeú para regalarnos el mejor año de fútbol que recuerdo por parte del Madrid. Confirmó lo que muchos creíamos, que era el jugador del Barça al que mejor le quedaba el blanco. Pongo el cromo porque aún no me creo que lo fichásemos (no como con Lasa que no había más fotos). Ojo a la zapatillas de "pofesioná" de la foto.


Martín Vázquez. Tal vez el centrocampista español con más calidad de los 90. Pasó por diversos equipos europeos cuando no se estilaba (Torino en un medio campo con Scifo y Lentini y Marsella si no me equivoco) pero volvió a hacer anuncios contra la caida del pelo (Alfonso recogería su testigo) y a pasear su clase por la liga. Jugó bastante y bien, de medio por la izquierda (hasta que Amavisca se retrasó) y de mediapunta (para sustituir a Laudrup). Sus controles, voleas y pases compensaban de sobra su tendencia a la dispersión. El 5º hombre más usado del mediocampo y el último bigote respetado del fútbol.


Raúl. Llevaba 17 goles en 8 partidos en el Madrid C de la 2ºB y Valdano lo puso de titular contra el Zaragoza, el resto es historia. Se pasó la temporada fallando goles cantados pero jugando muy bien. Por entonces luchaba menos pero era veloz y creativo. Un delantero con 17 años capaz de buscarse la vida y los goles. Posiblemente Alfonso debía haber jugado más minutos pero invertir en él no hace falta aclarar que fue un acierto.


Alfonso. Era la esperanza blanca, regateador, con gol, madridista (luego parece que dijo que era del Barça cuando fichó por ellos) de la cantera, ambidiestro, luchador, efectivo. Lo tenía todo, pero un año antes, en el 5-0 del Camp Nou, se rompió y para cuando se recuperó ya estaba en el Betis. Su presencia fue lastrada por las lesiones no muy graves pero frecuentes y la aparición de Raúl a quien llevaba a los entrenamientos en su coche porque el chaval aún no tenía carné. Un buen tipo que iba para marcar una época en la selección y en el Madrid y se quedó con el nombre del estadio del Getafe “Coliseum Alfonso Pérez” Toma ya.


Zamorano. Alternaba una temporada buena (veintipico goles) con una mala (diecipocos). Este año tocó la buena. Valdano suspiraba por Rubén Sosa, pero el Madrid de Mendoza andaba corto de efectivo y se tuvo que quedar con Zamorano a quien Valdano y Cappa no querían ni en pintura. Fue Pichichi, socio ideal para los centros de Amavisca (sociedad ilimitada los llamó Valdano y algunos rumores dijeron que eran pareja, igual que poco después pasó con la dupla en el banquillo del Barça, Robson/Mourinho.) y los pases en profundidad de Laudrup y un ejemplo de carácter. Este delantero chileno poco dado al toque (al estilo Batistuta) parecía tener un trato con las corrientes de aire, porque su salto siempre duraba un instante más que el de los defensas. Marco tres goles contra el Barça en el 5-0 y el golazo decisivo que dio la liga en el Bernabeú, frente al rival directo el Superdepor.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Joaquín, chupón.

P. ¿Por qué mamó hasta los seis años?

R. Dormía además al pecho de mi madre. Fue una obsesión. Y el médico le dijo a mi madre: 'Quita al niño de ahí o te va a destrozar'. Los niños de cinco o seis años que jugábamos en la plazoleta iban a beber agua a la fuente y yo me iba a beber de las tetas. Yo creo que me vino muy bien para fortalecer los huesos.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Ganar, ¿era esto?


Cuando se acude al resultadismo, lo único que salva es la victoria porque se suele sacrificar todo lo demás en conseguirla. A día de hoy tenemos un Madrid capitaneado por Florentino (el verdadero gañan de la película) y un tonto útil, conocido como Mou , un mono titiritero de su propio circo inventado y masivamente seguido, que han convertido el Madrid en el equipo más odiado de España. No lo digo por los que tiran piedras a los autobuses o cabezas de cerdo, lo digo por la buena gente que pide cañas en los bares. El equipo cae mal, cae mal hasta a los madridistas.

Y tampoco juega bien, sigue dependiendo de las travesuras de Marcelo, del extintor inflamable de Pepe, de la agilidad mental y la pesadez de piernas de Xabi Alonso, y de las arrancadas con espacios de Ramos, Ronaldo (más inspirado y fino este año que otros) e Higuaín (un proyecto de gran jugador que se ha quedado en un voraz delantero, pero en el que mantengo todas las esperanzas). Los refuerzos más usados, Carvalho (demostró en el mundial que estaba lento), Ozil, y Di María han venido a sustituir los efectivos que le quitaron a Pellegrini (Sneider y Robben) pero no logro diferenciar con claridad el motivo por el que este Madrid se dice que juega mejor que el del chileno. Y aunque jugase bien, que lo hará, no bastaría.

De Mourinho, Florentino dijo hace poco (nunca defendió a Pellegrini el año pasado) que era el entrenador perfecto para el Madrid. Mucho dice de lo poco que le importa a este hombre el fútbol y lo despistado que estuve yo en clase de marketing. Si una marca se basa en sus valores y los del Madrid eran los de la unidad, el honor, las formas, la lucha y la victoria, parece que este restyling 2.0 del Madrid se queda sólo con la victoria. Y cuando te aferras a eso ¿Qué queda después de un 5-0?

De este Madrid, sólo podemos esperar títulos. A mí, me sabe a poco.

martes, 16 de noviembre de 2010

Harpo Marx habla

Extracto de la biografía del mudito de los Hermanos Marx, extraido a su vez de elpais.com

"A mis 13 años, descubrí que algunas tiendas del vecindario estaban pagando un penique por gato. No recuerdo por qué. Me convertí en empresario. Groucho y yo estrenamos en el sótano el popular sketch del tío Al, Quo Vadis patas arriba. Precio de admisión: un gato. Fue mi primera actuación pública. Ingresamos siete gatos en taquilla, pero obtuvimos unas ganancias netas de solo cuatro centavos. Tres gatos se escaparon. Bueno, así es el negocio del espectáculo".

miércoles, 13 de octubre de 2010

Los mejores malos del Cine II: El científico loco



No se peina, no tiene amigos (acaso un sirviente deforme), va en bata blanca a las bodas y su risa gingival y enloquecida anuncia el climax de una escena que se puede acompañar de algún efecto especial, a poder ser un rayo.

Hablamos del científico loco, refiriéndonos con "científico" a cualquiera que haya estudiado física más allá del instituto, es decir alguien que juega con la ciencia más allá de los límites del entendimiento de los de letras.

Uno de los emblemáticos y de mis favoritos por arquetípico es el de "Metrópolis" de Fritz Lang, el muy malvado crea una mujer robot, conocida como Futura y símbolo del Festival de Cine de Sitges, para sustituir a una mujer que amenaza con sublevar a las huestes obreras del subsuelo. Y es que el científico malvado en el cine es más de derechas pero es una cuestión meramente pragmática ya que hay más inversores interesados en la I+D. El científico loco es en el fondo un soñador que sólo quiere hacer sus experimentos, con humanos tal vez, pero por un bien mayor que no compartimos ahora culpa de nuestra mentalidad pequeño-burguesa.


Esta inclinación al fascismo que tan bien queda en pantalla o para pillar asiento en los fondos de la porterías del Santiago Bernabeú, se debe a la acogida que recibieron los científicos Nazis en diversos países tras la II Guerra Mundial. En "Los niños de Brasil" Gregory Peck interpretaba al mismísimo médico de Auschwitz, Josef Mengele buscando el próximo Reich por cuenta propia. Peter Sellers en Dr Stranglove (Teléfono rojo volamos hacia Moscú?) tocaba cumbre en el subgénero de los científicos locos-Nazis con su Strangelove e incorporaba otra necesario accesorio en homenaje al Dr de Metrópolis, una mutilación en la mano sustituida por una mano metálica.

Esto de las mutilaciones están muy bien porque le dan una motivación al personaje, "como perdí mi X (mano, pelo, mujer e hijos, mascota...) investigando vayaustedasaberqué, ahora me vuelvo loco me pongo científico-integrista y vuelvo en contra de la humanidad mi creación para que sufran como yo".

En definitiva, uno de los malos más entrañables, porque en el fondo sus planes maestros nunca salen bien, porque recuerda a ese empollón del colegio del que nunca más se supo, porque se le mata sin pena y porque en caso de necesitarle para una segunda parte, siempre se puede confiar en su genio loco para que haya dejado un buen clon o una secta de seguidores.


Desde aquí, siempre la guardamos cariño y le agradecemos su deforme genialidad y le deseamos una jubilación agradecida como empleado de algún multimillonario con un misil que apunte a Nueva York, pero eso son otros malos y ya hablaremos de ellos...si nos apetece.

jueves, 12 de agosto de 2010

Los mejores malos del cine I: Los zombies

No roban diálogos, cualquiera extra puede interpretar a uno, son lo bastante lentos (aunque en las últimas versiones corren que se las pelan) como para que los protagonistas tomen decisiones, se confiesen amor o incluso lo practiquen mientras son acorralados, no da penita matarlos, su personaje sólo necesita una motivación básica para tener cuerda para toda la película(comer cerebros o carne humana), si matan a uno puedes poner a otro (el sindicato zombie es una porquería), no hace alta darles un pie para que aparezcan en escena (es lo bueno de ser zombie: la movilidad deambulante), como nos demostró Michael Jackson bailan bien y además con un poco de tacañería en el catering y la ropa de los yonkis de la plaza del Día ya tienes media puesta en escena hecha.

El origen del zombie, viene de Haití donde era el castigo más temido del Vudú. Esta práctica consistía en envenenar a la víctima dejándole en un estado parecido a la muerte. Una vez dado por muerto y enterrado, era despertado con otro veneno, pero los daños cerebrales ocasionados en el proceso lo dejaban hecho un ser sin voluntad: perfecto para trabajar en las abundantes plantaciones.

En el cine vivió dos etapas. Llegó en los años 30 pero a pesar de que directores como Michel Curtiz trabajaron el género, su esplendor no llegó hasta los 60 con George A. Romero. Se dice que el zombie era un reflejo de la juventud, una masa básica y sin raciocinio que simbolizaba en su voracidad por la carne su atracción por la sociedad de consumo.

Ahora tiene un resurgir. Zack Sneyder se salió con su remake de George A. Romero "El amanecer de los muertos" y parodias con momentos brillantes (más en Zombies Party que en Zombieland) son las puntas de lanza para un movimiento que encuentra su caldo de cultivo en un cine, como el actual, que ahonda en formas violentas, entretenimiento de notable bajo entendido como sobresaliente y espectacularidad.

martes, 10 de agosto de 2010